10/31/2007

Rosario Blog Day

El próximo 9 de noviembre tendrá lugar el primer Rosario Blog Day.
Gracias a una iniciativa de Marta Repupilli, Federico Picone y María Julia Gutiérrez, el CEC –Centro de Expresiones Contemporáneas– se llenará de un público ansioso por escuchar a los disertantes y descubrir los secretos de la blogósfera.
Asomarse al universo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación supone ingresar a un mundo hiperconectado, atravesado por múltiples conversaciones simultáneas, en el cual la distancia y el tiempo pierden su tradicional estatuto de parámetros para dejar lugar a nuevas coordenadas, unidades de medida relacionadas con la velocidad de transmisión o la capacidad de almacenamiento de los datos. Implica, también, comprender que el carácter de estas tecnologías es el de herramientas; que, como tales, sirven a propósitos y objetivos mayores y que, así como el uso del martillo no convierte al usuario en carpintero, la utilización de las TICs no nos hace necesariamente profesionales.
Servirnos de estas herramientas nos permite relacionarnos con el mundo como un todo, tender redes colaborativas, compartir puntos de vista. Generar un potente entramado comunicacional.
Borrar fronteras para establecer nuevos vínculos. Sumar para multiplicar. Pero sin olvidar que, como cualquier construcción humana, la web innova sobre la base de lo preexistente. Es decir que, en última instancia, replica los modelos de relación del mundo real. Si no fuera así, ¿por qué la proliferación de reuniones, encuentros, "camps" y otros formatos en los cuales todos aprovechamos para enriquecer los vínculos con un "cara a cara"?
Mucho se ha hablado –y se seguirá hablando– de la ilusión de existencia que genera el hecho de "estar en la web"; de la permanente actualización de la información vertida en ella -y la consecuente fugacidad–; de la incesante multiplicación del mismo contenido, abordado desde innumerables perspectivas, repetido hasta el hartazgo o, lo que es peor, hasta que se ha vaciado de significado. Estas preocupaciones son legítimas y merecen ser tomadas en cuenta.
Lo cierto es que la web no garantiza la existencia, la fama ni la popularidad. Lejos de eso, por ser un territorio superpoblado, son muy pocos los que se destacan entre la multitud. Y casi podría asegurarse que son los mismos que, de elegirlo, se destacarían en el mundo real.
La fugacidad y la inmediatez son males que nos aquejan más allá de las fronteras de la virtualidad, y el vaciamiento del sentido es una materia sobre la que no hemos agotado la instancia de reflexión.
Sin embargo, Internet en general y la blogósfera en particular sí garantizan algo muy importante: la democratización de la expresión. Siempre hay un martillo disponible para quien quiera utilizarlo.
¡Nos vemos en Rosario!

10/23/2007

Hay rosas

Hay rosas marchitas en el piso húmedo.
Testigos del desenfreno
de una pasión negociada
a la que el amanecer pone límite.
Vestigios de la noche en los senderos,
recuerdos de amores travestidos.
Ecos de pasos lentos
ahogados por saludables carreras
hacia la nada.
Maltrechas cenicientas huyendo
para que la luz del sol no las desnude.

Hay rosas marchitas en el piso húmedo.

10/17/2007

Palabra

Brújula que
casa cielo y agua,
astro y quilla.
Intervalo de magia
entre silencios.

Cuenta desenhebrada.
Peldaño sin escala.
Sorbo de sed.
Escorpión furioso.
Parpadeo.
Paso titubeante
de penumbra
que desagua
en luces.

Vértebra de un cuerpo
estremecido
que naufraga
incertidumbres
sin orilla.

10/10/2007

Un año

Hace un año, el 10 de octubre de 2006, publiqué el primer post de Cadenas de Palabras.
En este tiempo, el blog se convirtió en parte de mi vida. Fue testigo de los enormes cambios que experimenté. Me acercó a los lectores, con muchos de los cuales entablamos esa relación uno a uno que tanto facilita internet. Me convirtió en lectora ávida de otras voces que hoy, además, tienen rostros conocidos. Transformó mi perspectiva de las redes.
Si algo me impuso Cadenas de Palabras fue el hecho de ser fiel a mí misma. A mi propia diversidad. A mis voces y sus matices. Las búsquedas y los desencuentros. Por eso, tal vez, no se inscribe en género alguno. Ni en listas, nóminas o rankings. Su "authority" es la mía. Sus "tags" apenas un capricho que no pretende posicionamiento. Sus lectores, destinatarios directos de cada uno de mis textos.
Cadenas de Palabras es una ventana con vista a dos horizontes: el mundo y yo. Mientras escribir siga siendo como respirar, estará abierta.

10/08/2007

Como la nieve

Ayer volvió a llamar. Su voz estaba, clarita, en el contestador: “Hola, soy yo. Quería saber de vos”. Su nombre se clavó en mi mente de inmediato, como una dulce y doliente certeza. Con la voz llegaron los recuerdos: ella y yo caminando por el bajo San Isidro en una tarde de otoño; frente a un interminable café, en el humo de los cigarrillos que ella odiaba y que yo me empecinaba en fumar pese a sus advertencias. Ella y yo fugándonos de nuestros trabajos para encontrarnos a solas, aunque fuera por un rato. Cruzando miradas cómplices en reuniones de matrimonios, entendiéndonos más allá de las palabras. Y después, la soledad. Ese largo silencio de mi abandono, inexplicable al menos para ella.
El primer llamado fue en la semana de mi cumpleaños. Me encontré con una nota que sólo tenía su nombre, apoyada en el mármol de la cocina, extrañamente separada de los otros papeles que marcan la cotidianeidad de mi casa: la cuenta del plomero, pagar las expensas, llamó tu mamá o las listas interminables del supermercado, carne, pollos, mermelada, pan. En la vorágine del festejo fue sencillo pasar por alto ese papel. Aunque sólo tuviera un nombre. Aunque ese nombre que ya no figura en mi agenda sólo pudiera pertenecerle a ella.
Tampoco me encontró en el segundo llamado. Pero la pequeña inquietud que había sentido la primera vez creció en mí como una enredadera, lenta y abrazada. Pegada a mi cuerpo. Incontenible. Nuevamente el papel con el nombre, ahuecando las voces de mis hijos hasta hacerlas desaparecer, hasta diluirlas en las imágenes de aquellos años. Entonces recordé esa tarde en la costa al final del verano, nuestros cuerpos tan próximos, devorados por el calor. Los ojos brillando bajo las pestañas endurecidas de sal. La confesión, en voz muy baja, de que Julio le era infiel con cuanta mujer se le cruzaba. Su impotencia frente a la idea de separarse. Y por fin, la revelación que me dejó casi sin aliento: “No sé qué haría sin vos. Sos tan importante para mí…”
De ahí en más todo nos unió. Yo le contaba los problemas de sostener estudios, trabajo y una familia. Ella compartía conmigo sus repetidas soledades y una insatisfacción permanente consigo misma y con la vida que se esfumaba como por arte de magia durante nuestras reuniones cada vez más frecuentes e intensas.
Todos los demás quedaban excluidos de nuestras charlas: familia, otros amigos, hijos, parejas. Sólo permanecían como un eco lejano y temido, filtrado por nuestras voces. Sólo importaba trazar una genealogía que justificara nuestro encuentro en ese tiempo y en ese espacio. Una historia mayor que, prescindiendo del presente, desembocara en esa relación que habíamos construido sin importar lo que dijeran los demás, creyendo que no iba a terminar, manteniéndola en un equilibrio glorioso por precario y por clandestino.
Pero un día no pude más. Empecé a asfixiarme, a sentir que ella pesaba demasiado en mis decisiones, que su necesidad de mí era cada vez más intensa. Y tuve miedo, tanto miedo. No pude más y la llamé. Le dije que no quería volver a verla. La lastimé con las palabras más despiadadas que se le pueden decir a una mujer. Y escuché llorar a mis hijos cuando les dije sin más explicaciones que no veríamos más a esa familia que ellos tanto querían, y pude imaginar a sus hijos, también llorando. Guardé para mí todo el dolor de ese abandono, todo el vacío que me esperaba, sus últimas palabras: “¿Pero por qué, si yo te quiero?”
No volví a saber de ella hasta esos malditos papeles que me la trajeron tan viva y tan presente como el primer día. Al principio supuse sus rutinas, inventé su transcurrir. Después jugué a olvidarla, presumí su inexistencia para poder seguir viviendo. Todo se silenció, era como el mundo cuando está nevando: la voz se pierde entre los copos, los pájaros no vuelan. Los pasos se apagan y el viento desaparece sin mover los árboles. Como la nieve, que se traga todos los ecos. Construí mis días sin ella, sin el consuelo de su sonrisa. Trataba de no estar pendiente del teléfono, esperando oír su palabra.
Me envolvieron los días, me aplastaron las estaciones hasta que la vida cotidiana borroneó su cara. Pasaron cosas que me hicieron feliz, que me dolieron hasta la desesperación, que me llenaron de sentimientos que nunca relacioné con ella. Hasta que sonó el teléfono, hoy, y ya antes de atender sabía quién era. Se había ido acercando poco a poco, del olvido había pasado al papel, del papel al contestador. Y ahora estaba allí, tras el sonido insistente. Esperando. Y atendí. Y lloré en silencio cuando me dijo: “Negra, nunca pude olvidarme de vos. No hubo nadie, no hay nadie que pueda ocupar tu lugar. Me faltaste tantas veces en estos años. Tantas veces te busqué entre la gente diciéndome que en algún momento ibas a aparecer. Negra, no sabés cuánto te quiero”. Entonces, con la misma cobardía con que todo este tiempo hice de cuenta que ella nunca había existido, colgué sin decirle una palabra.

Mediocielo

Entre el amor y el tiempo
está la línea que parte
el cielo en dos.
Tajo jubiloso
del que emergen
cuerpos sin ecos
de otros cuerpos,
voces sin memoria
de otras voces.
Pasos temerosos
sobre un camino virgen
interrumpidos suavemente
por la salida del sol.

Venus y Saturno

El, que todo lo devora,
dejó para nosotros
un tendal de restos.
Nos mordisqueó sin pena,
sin esperanza de saciarse,
y nos abandonó a la suerte
de quien lame sus propias heridas.
Con las sobras del banquete
ella dibuja caricias,
pinta de eternidad el instante,
cincela la certeza
de la piel.